¿Faldas crueles?, por Denise Dresser

Mujeres por todas partes. Mujeres candidatas a la Presidencia, mujeres en los Congresos, mujeres en el gabinete, mujeres en la Suprema Corte. Hay mucho qué celebrar. Es un triunfo de luchas milenarias por la voz, por la equidad, y por la representación. Es un logro del feminismo que ha sabido revolucionar lo que toca, en nuestra época y en el mundo. Pero no soy de las que se ha subido al carro de la celebración porque Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez sean opciones a la Presidencia, porque creo que el género no es garantía de mejor gobernanza. Puede serlo, y el caso de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda me viene a la mente. Ahí, el liderazgo femenino demostró una forma distinta de ejercer el poder, combinando la energía con la empatía, la capacidad con la tenacidad, la templanza con la firmeza. Pero traer falda o huipil no te hace demócrata o te lleva a diseñar mejores políticas públicas. El hábito no hace a la monja.

Lo argumenta Gioconda Belli en su ensayo “La crueldad también viste faldas”, las feministas solemos creer que el mundo sería mejor si estuviera gobernado por mujeres. Nos imaginamos a las féminas en el poder como más dispuestas a dialogar, a consensar. Suponemos que hay un estilo personal de gobernar asociado con la femeneidad, y con el papel biológico que han jugado las madres en la perpetuación de la especie. Mujer y maternidad. Mujer y responsabilidad. Mujer y crianza. Mujer y conciliación en vez de confrontación. Las malas de los cuentos lo fueron porque un hombre machista y misógino las imaginó así. Como Eva tentando a Adán, Cruella de Vil matando perritos, La Bruja Mala del Oeste persiguiendo a Dorotea, la Reina de Corazones descabezando sin ton ni son, Bellatrix Lestrange atacando a Harry Potter. Cersei Lannister traicionando a casi todos en Juego de Tronos.

Pero como escribe Belli, más allá de la literatura o el cine, la historia moderna engendró a Margaret Thatcher, artífice del neoliberalismo desalmado que descobijó a millones en el Reino Unido. Invistió a Cristina Kirchner y la corrupción que trajo consigo. Empoderó a Imelda Marcos y los miles de zapatos que acumuló en su clóset, mientras los filipinos morían de hambre. Condujo a la candidatura vicepresidencial de Sarah Palin y la polarización que contribuyó a profundizar. Gioconda reflexiona con tristeza sobre Rosario Murillo y el papel perverso que ha tenido en la construcción de la mano dura en Nicaragua. Hay mujeres que acompañan tiranos, defienden el autoritarismo, violan derechos y echan a andar la maquinaria de la guerra, con tan pocos escrúpulos como cualquier hombre. Hay mujeres tan desfachatadas como cualquier dictador. Y en México sobran ejemplos.

Mujeres prominentes del morenismo han guardado silencio sobre los acosadores o se han alineado para respaldarlos. Mujeres destacadas del panismo aprobaron la militarización calderonista de la cual tratan de deslindarse hoy. Mujeres brillantes del priismo permitieron el saqueo por parte de un partido que creó instituciones, pero también las pervirtió. Con frecuencia la disciplina partidista se impone sobre las convicciones, o la ambición de poder desacredita la forma de ejercerlo. Mujeres políticas o mujeres candidatas o mujeres líderes no necesariamente son ejemplos de probidad o congruencia o independencia. El género no es un sello de garantía.

Para quienes sostienen que el solo hecho de ver a Xóchitl o Claudia sentadas en la silla presidencial debería producir orgullo o entusiasmo, va un cariñoso llamado de atención. Una vocecita de alerta. Si Xóchitl reproduce el militarismo de Calderón sin ofrecer una propuesta alternativa en materia de seguridad, no va a ser un ejemplo para nuestras hijas. Si Claudia calca el “abrazos, no balazos” que tan sólo ha llevado a más militarización pero no a menos violencia, no habrá por qué aplaudirle. Si Xóchitl sucumbe a la presión de las cúpulas machistas de su partido, no merecerá la esperanza colocada en ella. Si Claudia continúa mimetizando y copiando a López Obrador en todo, el gobierno no será suyo, sino de él. Hay mujeres que se vuelven escalera para que todas suban, pero hay otras que se convierten en mampara del poder machista. Todavía no sabemos cuál antípoda del poder femenino celebraremos o padeceremos. Como subraya Belli, “el sexo no confiere inmunidad para el desatino”. O para la crueldad. O para la tentación autoritaria.

Por Denise Dresser, Periódico Reforma, 18 de septiembre del 2023

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