No reelección, por Carlos Elizondo Mayer-Serra

“No reelección” fue la segunda parte de la demanda en el levantamiento de Francisco I. Madero y también regla de oro del régimen priista. Sigue siendo parte integral de nuestro sistema político en lo que se refiere a Presidente y gobernadores. Condiciona los tiempos, las acciones y las expectativas de los actores políticos, obliga a la circulación de las élites políticas y el poder del Ejecutivo, grande como es, se limita a seis años.

Durante la hegemonía priista se requería de un proceso sucesorio que mantuviera la unidad. Cuando eso no se conseguía, la elección presidencial se volvía un riesgo para el gobierno, tal como sucedió en 1988 cuando Carlos Salinas de Gortari compitió contra la disidencia priista encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Cárdenas tuvo tanto éxito en la elección que el sistema de conteo de votos se “cayó”. Morena es el heredero de esa escisión priista.

AMLO conoce bien el papel de la no reelección en la estabilidad y legitimidad del priismo. La no reelección contrastaba con las siete reelecciones de Porfirio Díaz. El gran miedo de muchos al arranque del sexenio fue que AMLO, disruptivo por naturaleza, reformara la Constitución para poder reelegirse.

El último Presidente que lo logró fue Álvaro Obregón. Desde su rancho en Sonora tras dejar el cargo en 1924, Obregón cambió la Constitución para permitir su regreso al poder. Ganó la elección de 1928. Fue asesinado por un militante católico antes de asumir el poder.

Calles no buscó sentarse nuevamente en la “silla”, incluso regresó la no reelección a la Constitución. Optó por convertirse en el poder tras el trono. Por seis años, durante las cortas presidencias de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, lo consiguió. Lázaro Cárdenas, elegido por Calles como su sucesor por ser, políticamente hablando, su hijo, lo puso en un avión con destino a Los Ángeles a los 16 meses de asumir el poder.

El fantasma de la reelección se ha disipado. AMLO está buscando mantener la unidad de Morena, esperando que su corcholata preferida esté suficientemente encaminada como para ganar las encuestas de su partido. Ahora el fantasma es el del Maximato. ¿Qué tan amarrado dejará a quien lo suceda si Morena gana la elección presidencial?

Está sembrando las bases para ello, como ofrecerles a los derrotados morenistas en su contienda interna encabezar su fracción parlamentaria en el Senado y en la Cámara de Diputados. Ha prometido, de obtener la mayoría constitucional, una reforma para elegir por voto universal a los ministros de la Suprema Corte. Ha ido colonizando órganos regulatorios como la CRE. Ahora espera hacer lo propio con los magistrados propuestos para el Tribunal Federal de Justicia Administrativa, el cual dirime los conflictos entre privados y la administración pública.

Muchos presidentes intentaron manipular a su sucesor. Echeverría fue el más descarado. Cuando López Portillo se hartó de sus continuos intentos por seguir influyendo en la vida política nacional, lo nombró embajador de México ante Australia, Nueva Zelanda y las islas Fiyi.

La naturaleza del poder de la Presidencia hace que quien se siente en la “silla” vaya concentrando todo el poder, incluido el liderazgo del partido en la época clásica del PRI. Ahora hay dos diferencias: AMLO es el creador y líder indiscutible de Morena, y las redes sociales le permiten estar en contacto directo con sus seguidores. Con todo, creo que si Claudia Sheinbaum ganara la Presidencia, irá acumulando suficiente poder como para evitar ser su títere.

Sin embargo, la irrupción de Xóchitl Gálvez le descompone a AMLO el plan y nos regresa a la primera parte de la demanda de Madero: “sufragio efectivo”. ¿Hasta dónde llegará AMLO en su intento por descarrilar a Xóchitl? ¿Hasta dónde pondrá en riesgo la legalidad y legitimidad de la contienda con sus intervenciones en la mañanera?

Por Carlos Elizondo Mayer-Serra, Periódico Reforma, 14 de agosto del 2023

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